martes, 16 de abril de 2013

César Vallejo vive en ti



No fue un jueves con aguacero. Fue en París, sí, pero el viernes 15 de abril, y solo lloviznaba. Hace 75 años, falleció uno de los grandes escritores que ha dado nuestro país a la literatura universal, César Vallejo.

Leí por primera vez al poeta de Santiago de Chuco a los diez años. Cuando ingresé a la habitación de mi madre y pude observar sobre su mesa de noche un libro que llevaba el título de Poemas Humanos. En la portada, un hombre con la mano en el mentón y  su mirada fija  sobre algún determinado punto.

Cogí el libro, busqué desesperadamente a mi madre por toda la casa. Tenía muchas preguntas. ¿Por qué coleccionaba obras de aquel señor de mirada afligida? ¿Qué era lo que escribía? ¿Cuánto tiempo llevaba de leerlo?

Encontré a mamá echada sobre uno de los muebles de la sala. Bastaron solo unas palabras para entender lo que ella sentía por él. “Este señor es Vallejo, y es el único que, a través de la letras, puede descifrar el sufrimiento y la alegría del ser humano”.

A partir de ese momento, conocí a César Vallejo, el universal, el triste, el pesimista, incomprendido, vanguardista, innovador, trasgresor del lenguaje, bohemio, profesor, periodista, misterioso, andino, burlón, aprista, comunista, etc.

Pero no todos entienden a César Abraham como mi madre y yo, lo podemos entender. Un columnista del diario El Comercio, dejando entrever que le parecía un poco demasiado tristón, señaló que el poeta “había influido de manera negativa en el inconsciente colectivo de los peruanos”. ¡Bah!

Tengo dos argumentos que rebatirán a los que –en la intensidad– creen ver pena:

Vallejo no es triste, es tierno: Y quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha, remedar a los niños y a los genios.

Vallejo no es triste, es dulce: Miguel, tú te escondiste una noche de agosto al alborear. Pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma.

Por ello, escribí este post. Porque al brindarle homenaje a César Vallejo; también rindo tributo a mi madre. A sus convicciones, ideologías y sueños. Y, por qué no,  a sus miedos y frustraciones. A sus épocas de escritora sentada al borde del Malecón. A su pasión por enseñar y aprender todos los días. Y, sobre todo, a su faceta de madre que tiene respuesta para todo.

Así es, mamá. Vallejo vive en ti, y tú lo haces inmortal. ¿Y sabes cuándo comenzaremos a vernos con los demás, desayunados todos, al borde una mañana eterna? Un lunes, Chachita. Un lunes cualquiera.

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