No fue un
jueves con aguacero. Fue en París, sí, pero el viernes 15 de abril, y solo
lloviznaba. Hace 75 años, falleció uno de los grandes escritores que ha dado nuestro
país a la literatura universal, César Vallejo.
Leí por
primera vez al poeta de Santiago de Chuco a los diez años. Cuando ingresé a la habitación
de mi madre y pude observar sobre su mesa de noche un libro que llevaba el título
de Poemas Humanos. En la portada, un hombre con la mano en el mentón y su mirada fija
sobre algún determinado punto.
Cogí el
libro, busqué desesperadamente a mi madre por toda la casa. Tenía muchas
preguntas. ¿Por qué coleccionaba obras de aquel señor de mirada afligida? ¿Qué
era lo que escribía? ¿Cuánto tiempo llevaba de leerlo?
Encontré a
mamá echada sobre uno de los muebles de la sala. Bastaron solo unas palabras para
entender lo que ella sentía por él. “Este señor es Vallejo, y es el único que,
a través de la letras, puede descifrar el sufrimiento y la alegría del ser
humano”.
A partir de
ese momento, conocí a César Vallejo, el universal, el triste, el pesimista,
incomprendido, vanguardista, innovador, trasgresor del lenguaje, bohemio,
profesor, periodista, misterioso, andino, burlón, aprista, comunista, etc.
Pero no
todos entienden a César Abraham como mi madre y yo, lo podemos entender. Un
columnista del diario El Comercio, dejando entrever que le parecía un poco demasiado
tristón, señaló que el poeta “había influido de manera negativa en el
inconsciente colectivo de los peruanos”. ¡Bah!
Tengo dos argumentos
que rebatirán a los que –en la intensidad– creen ver pena:
Vallejo no es triste, es tierno: Y
quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al
soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remedar a los niños y a los genios.
Vallejo no es triste, es dulce: Miguel,
tú te escondiste una noche de agosto al alborear. Pero, en vez de ocultarte
riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes extintas se ha
aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma.
Por ello, escribí
este post. Porque al brindarle homenaje a César Vallejo; también rindo tributo
a mi madre. A sus convicciones, ideologías y sueños. Y, por qué no, a sus miedos y frustraciones. A sus épocas de
escritora sentada al borde del Malecón. A su pasión por enseñar y aprender
todos los días. Y, sobre todo, a su faceta de madre que tiene respuesta para
todo.
Así es, mamá. Vallejo vive en ti, y tú lo haces inmortal. ¿Y sabes cuándo comenzaremos a vernos con los demás, desayunados todos, al borde una mañana eterna? Un lunes, Chachita. Un lunes cualquiera.
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