Mucho marca
Perú, mucha inclusión social, mucha reconciliación. Como decía Silvana Di
Lorenzo: palabras, palabras, palabras. En la vida real, Lima sigue siendo una
ciudad vergonzosamente racista, en la que las discotecas y restaurantes “se
reservan el derecho de admisión”, y en los supermercados señoras creen ser
superiores a los demás, sólo por su condición de capitalina.
Estaba en la
fila, en un conocido supermercado de la ciudad, esperando mi turno para que la
cajera pueda atenderme y lograr comer algo de lo que estaba adquiriendo. Como
suele suceder conmigo, miraba a un lado y el otro, observando a las personas
sin alguna determinación concreta. En ese intervalo, miré a una señora, que
estoy seguro llevaba pocos días en Lima, que se acercaba a la cajera que estaba
al frente mío. Sin embargo, no se percató, soy claro testigo, que había una
persona delante de ella.
De pronto, un
estruendoso grito silenció todo el lugar. “¡Señora, no se da cuenta que yo
estoy primero! Ustedes los serranos cuando vienen a Lima creen ser vivos, ¿no?”
Esta última frase me dejó consternado, casi sin aliento. ¿Cómo era posible que
se expresara de esa forma? ¿No existe un sentido de igualdad en su razón?
Me acerqué aquella
mujer, de presencia indeseable, que había dicho esas penosas frases contra una
señora que sólo se había confundido al tomar su lugar. “Señora, debería
disculparse por expresarse de esa manera. No es correcto”, le mencioné. Para mi
sorpresa, subió el volumen de su voz y empezó el ataque hacia mí. “¿Quién te
crees tú, desubicado? Mira, tú no vas a darme clases de modales”.
No había duda,
el fantasma del racismo y la discriminación se encontraba en ese lugar. Esa abyecta
presencia que origina en las personas un extraño modo de pensar. Que tiene como regla fundamental "cholear" a los demás sin importar quien sea.
¿Qué se
hace en estos casos? La discriminación en el Perú es delito. ¿Multarán a esta
señora? No. Quizá continuará ofendiendo a aquellos que probablemente ni
siquiera pueden protestar, porque nadie los escucha y, algún día, hartos de tanta humillación, escuchen los
cantos de sirena de algún Abimael Guzmán y decidan tirarse abajo cuanto establecimiento
o centro comercial deseen.
¿No
recuerdan, acaso, que el caldo de cultivo para Sendero Luminoso o el MRTA, fue
justamente ese odio fraticida que fue creciendo entre peruanos que no se
reconocen como compatriotas? Lima está más cerca de Miami o de Madrid que de
cualquier pueblo de la sierra o de la selva. ¿Cuál es el pretexto? ¿Qué no
entendemos el quechua, el aymara o la lengua shipiba?
Algo
debemos hacer para terminar con este tipo de actitudes que no nos hace una
ciudad más “nice”, como creen algunos, sino, por el contrario, nos convierte en
un lugar atrasado, lleno de gente ignorante y prejuiciosa que no es capaz de
respetar a otro ser humano, sólo por el hecho de no ser igual que él.
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