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Rodrigo y Papá |
UNO
Ahora que papá se aproxima a los cincuenta y que yo me
acomodo mejor a la mitad de mis veinte, siento que nos estamos acercando. No en
el sentido de la comunicación porque, con la distancia y la falta de tiempo,
hablamos muy poco y siempre sobre cosas muy generales. Tampoco es que lo quiera
más que antes o que se haya vuelto mi amigo-confidente. Me refiero a que estoy
dándole el alcance: ya no soy un niño y papá está muy lejos todavía de ser un
anciano.
DOS
Mi viejo es un gordo genial, una mezcla entre Homero
Simpson, Pedro Picapiedra y Jack Arnold, el papá de Kevin en Los años
maravillosos. Claro que no es sólo eso.
TRES
Desde pequeño entendí que papá era un hombre respetable. No
tenía que vestirse con tal o cual cosa para que así fuera, no tenía que decir
hijo o amigo de quién era para que lo escucharan. A lo largo de estos años he
visto a decenas de personas que escudan sus pocos atributos intelectuales o su
ausencia de personalidad en el cargo que ostentan. Papá, en cambio, se hizo a
punta de talento y de trabajo. Los cargos son eso, cargos. Aparecen debajo del
nombre en las tarjetas de presentación. En letras más chiquitas.
CUATRO.
El otro día pude ver en la televisión que un hombre se había
sacado la lotería. Algo de doce millones de soles. Me quedé pensando en eso, en
qué haría yo con tanto dinero. Y, quizá porque esta idea de que papá es un
hombre joven me está dando vueltas hace rato, pensé en él. Si yo tuviera
dinero, mucho dinero, lo primero que haría sería embarcar a papá rumbo a
Italia. Que conozca cada detalle de la cultura romana (civilización de la cual
vive fascinado). Que pase un buen tiempo contemplando. Que se olvide de los
plazos injustos, del olvido, de que el cuerpo ya no es el mismo. Que comience
de nuevo.
CINCO.
La otra tarde volví a releer “La insoportable levedad del
ser”, de Milan Kundera, y medité, por bastante rato, el injusto soplo del
tiempo. De pronto, me asusté. Papá es bastante descuidado con su salud. Además,
no visita a un médico hace años. ¿Y si le pasa algo?
SEIS.
Cuando papá decidió matricularme en la escuela, no pensó en
que quizá le podía pasar algo y todo su esfuerzo sería inútil. Como tampoco me
negó el cariño, la dedicación, el amor. ¿Quién soy yo para negarle mi
esperanza? No nos pasará nada, viejo, hasta que me veas titulado, hasta que te
eches a dormir con tus nietos al terminar la tarde, hasta que pueda publicar
algo que merezca llevar tu nombre en la dedicatoria. No nos pasará nada hasta
que me canse de recibir postales de Roma -nada de correos electrónicos, por
favor- en las que nos cuentes lo feliz que es la vida.
Lo feliz que será la vida, papá.
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