sábado, 15 de junio de 2013

Papá


Rodrigo y Papá

UNO
Ahora que papá se aproxima a los cincuenta y que yo me acomodo mejor a la mitad de mis veinte, siento que nos estamos acercando. No en el sentido de la comunicación porque, con la distancia y la falta de tiempo, hablamos muy poco y siempre sobre cosas muy generales. Tampoco es que lo quiera más que antes o que se haya vuelto mi amigo-confidente. Me refiero a que estoy dándole el alcance: ya no soy un niño y papá está muy lejos todavía de ser un anciano.

DOS
Mi viejo es un gordo genial, una mezcla entre Homero Simpson, Pedro Picapiedra y Jack Arnold, el papá de Kevin en Los años maravillosos. Claro que no es sólo eso.

TRES
Desde pequeño entendí que papá era un hombre respetable. No tenía que vestirse con tal o cual cosa para que así fuera, no tenía que decir hijo o amigo de quién era para que lo escucharan. A lo largo de estos años he visto a decenas de personas que escudan sus pocos atributos intelectuales o su ausencia de personalidad en el cargo que ostentan. Papá, en cambio, se hizo a punta de talento y de trabajo. Los cargos son eso, cargos. Aparecen debajo del nombre en las tarjetas de presentación. En letras más chiquitas.

CUATRO.
El otro día pude ver en la televisión que un hombre se había sacado la lotería. Algo de doce millones de soles. Me quedé pensando en eso, en qué haría yo con tanto dinero. Y, quizá porque esta idea de que papá es un hombre joven me está dando vueltas hace rato, pensé en él. Si yo tuviera dinero, mucho dinero, lo primero que haría sería embarcar a papá rumbo a Italia. Que conozca cada detalle de la cultura romana (civilización de la cual vive fascinado). Que pase un buen tiempo contemplando. Que se olvide de los plazos injustos, del olvido, de que el cuerpo ya no es el mismo. Que comience de nuevo.

CINCO.
La otra tarde volví a releer “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera, y medité, por bastante rato, el injusto soplo del tiempo. De pronto, me asusté. Papá es bastante descuidado con su salud. Además, no visita a un médico hace años. ¿Y si le pasa algo?

SEIS.
Cuando papá decidió matricularme en la escuela, no pensó en que quizá le podía pasar algo y todo su esfuerzo sería inútil. Como tampoco me negó el cariño, la dedicación, el amor. ¿Quién soy yo para negarle mi esperanza? No nos pasará nada, viejo, hasta que me veas titulado, hasta que te eches a dormir con tus nietos al terminar la tarde, hasta que pueda publicar algo que merezca llevar tu nombre en la dedicatoria. No nos pasará nada hasta que me canse de recibir postales de Roma -nada de correos electrónicos, por favor- en las que nos cuentes lo feliz que es la vida.



Lo feliz que será la vida, papá.

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