jueves, 18 de julio de 2013

Entonces, ¿nunca seré exitoso?

Hace algunos días prendí la televisión y pude observar la publicidad de una cerveza peruana que asegura que el auténtico éxito está determinado —entre otros dudosos indicadores— por la cantidad de abrazos que uno recibe, o la ilusión que nos despierta una torta de chocolate. Llegué a la siguiente conclusión: los solitarios y los diabéticos jamás serán exitosos de verdad.

Lo triste del comercial es que contrabandea una idea que ya no solo es patética, sino profundamente engañosa: el éxito solo te ocurre si estás rodeado de gente. Así, por ejemplo, se nos precisa que el hombre es exitoso si “da besos intensos” o si su mesa está atestada de amigotes. Entonces, si no tienes a nadie a quien besar, ni una mancha de contertulios, eres un perdedor, un fiasco.  

Me detuve a meditar si es que algún día –según el argumento de esta publicidad– seré exitoso. Primero, no tengo miles de amigos a quien abrazar (mis amigos, los de verdad, son pocos, muy pocos); y segundo, no tengo enamorada a quien darle “besos intensos”, estoy solo hace mucho. Es triste, no soy exitoso.

En realidad, el mensaje ni siquiera es culpa de la cerveza, ni de la publicidad. Es el modelo general, que se ha acostumbrado a reseñar la vida con definiciones empresariales. Éxito, metas, visión, realización, grupo. Como si uno fuese, no un sujeto con necesidades distintas, algunas abstractas y complejas, sino una MYPE en angustiado proceso de reingeniería.

Siempre creí que el “éxito” tenía menos que ver con los logros y más con la manera en que uno intenta conseguirlos. Llámenlo pasión, empeño, testarudez o disciplina. Pero eso era antes. Ahora sospecho del “éxito”. Dudo de su importancia. Aquella palabra ha adquirido un ridículo matiz aspiracional, convirtiéndose en una palabra vacía, hueca, tan muerta que no soportaría una autopsia semántica porque ya no significa nada.


miércoles, 10 de julio de 2013

Rebélate (y sé feliz)

Come rico y duerme bien. Abraza mucho. Pero hazlo bien, pues. Algunos parecen los abrazos que se dan los políticos después de haberse sacado los ojos en un debate. No esperes a la fiesta para vestirte de fiesta. Canta en la ducha. Lee en el carro, en el baño, antes de dormir. Saluda y pide por favor y da las gracias. Date un tiempo para guardar silencio. No vuelques tu cólera contra los meseros ni contra los cobradores de combi. No te comportes con ellos como un imbécil. No te canses de aplaudir. Cocina para alguien. Antes de responder a cualquier estupidez, pregúntate si hacerlo vale la pena. Ríe, ríete mucho. Besa a tus amigos colocando tus labios sobre sus mejillas. Los besos mejilla con mejilla son faltas de respeto. No te pases la vida buscando pelea. Confía tus secretos y corre el riesgo de ser traicionado. No esperes a que el otro adivine: si lo quieres, díselo. Escribe correos electrónicos y mensajes de texto, y sabes qué me refiero. Escribe a mano y deja que, al menos una vez, tu carta lleve el maravilloso premio de un sello postal. Cuando la vida te trate bien, mira a tu alrededor. Camina descalzo, duerme sin ropa. Reparte frases amables y sonrisas coquetas (todas tienen premio, te aviso). Si en algún momento sientes que ya diste demasiadas vueltas inútiles entre las páginas de inicio y de perfil en Facebook, apaga la computadora. Apaga el televisor. Sal a la calle. Busca siempre una razón para culparte de lo que el otro hizo mal, y procura no lanzarte al ataque antes de encontrarla. No esperes a que tu vieja esté muy vieja para darle las gracias. Déjate llevar por el desenfreno alguna vez. Déjate llevar por el amor loco. Construye algo que te cueste y regálaselo a alguien que no conozcas. Responde a una sonrisa con una sonrisa; y, cuando no la encuentres, inventa una sonrisa a la que puedas responder. La vida no será ni triste ni aburrida. No ahogarás tus ganas de dar la contra. Créeme: estarás dando la contra.


viernes, 21 de junio de 2013

¿15 minutos de buenas noticias?


El presidente Ollanta Humala ha pedido a todos los medios de comunicación que ofrezcan durante el día 15 minutos de buenas noticias. Sí, 15 minutos. ¿Quién decide qué es una buena noticia para nosotros? Eso es muy subjetivo.  

Por ejemplo, señor Humala, una buena noticia para mí es que se haya suspendido el sorteo del servicio militar que –sin duda– era grotesca y discriminatoria; sin embargo, para usted no lo es. En sus declaraciones “el Perú perdió” y eso, es una pésima noticia.

Lo sentimos, presidente, la democracia no es así. No es un cuartel en el que usted les puede decir a los medios de 15 a 20 minutos de “noticias positivas”, como usted pidió. No porque los medios peruanos sean perfectos (vamos, si Miguel Bosé puede con ellos, usted también), sino porque ¿quién determina qué es una noticia “positiva”? ¿La Dini? ¿Delgado? ¿Villafuerte?

Nada más opuesto a la libertad democrática que la convicción de que las órdenes se acatan “sin dudas ni murmuraciones”. Usted salió hace años del cuartel. Ya es hora de que el cuartel salga de usted.

jueves, 20 de junio de 2013

Un lunes cualquiera


Al ver este video sentí que en verdad hay algo que me hermana al resto de millones de personas que, como yo, nacieron aquí, en este pobre rincón del Tercer Mundo. Que había algo más importante que la vestimenta, el lugar de residencia, la cantidad de frijoles en el plato o el destino de nuestras vacaciones.

Es extraño, porque este comercial no habla de lo que, sobre todo últimamente, se consideran los valores nacionales por excelencia, aquellos que nos alcanzan a todos sin discriminación: la comida, la pendejada y el éxito, danzas típicas del Perú. Es extraño, decía, porque este comercial sostiene su guión no en la causa rellena, ni en la combi (también) rellena, sino en dos textos literarios (!). Dos textos que, además, pertenecen a dos de los escritores más incomprendidos (cada uno a su manera) de nuestro país. Uno es La cena miserable, de César Vallejo:

«Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos.»

Y el otro recoge la repetidísima pregunta de Santiago Zavala, Zavalita, en Conversación en La Catedral, la novela de Mario Vargas Llosa:

«Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?».

Quizá la anáfora «Un lunes cualquiera...» sea también la referencia a un texto que no conozco; y, así como esa, quizá haya varias más que no pude identificar. Pero eso importa poco. Las dos que reconocí hicieron algo que, me parece, evitan los comerciales de la Marca Perú (y los otros spots felices y arrogantes de bancos, mineras y demás): mencionar los problemas. Es decir, no se trata de ocultar nuestra basura bajo la alfombra para recibir a las visitas, declararnos ganadores y ya, sino de reconocer que los problemas están, que las diferencias están, y que ya es momento de parar, arreglarlos y empezar de nuevo. Esa disposición a que las cosas sean mejores —que es distinta a la imposición del triunfo a pesar de las evidencias— siempre me conmueve. No es que me haga pensar un montón, pero me conmueve. Y, tengo entendido, ese es el objetivo.

Tres mexicanas para el abuelo

Conocí las películas y canciones de Pedro Infante gracias a mi abuelo. Todos los fines de semanas, luego de la rutinaria jornada de trabajo semanal, nos juntábamos con mi Felito para escuchar la música del popular Pepe el Toro. Ni el injusto soplo del tiempo ni la anacrónica disfuncionalidad de la “moda” ha interrumpido mi afición por las  rancheras. Aquí tres canciones que tres canciones que generan una inefable emoción cuando la oigo:

Es una de las canciones que me gusta más de Pedro Infante.


Jorge Negrete y Pedro Infante en la película Dos tipos de cuidado. Como para entender que los dioses sí existen. Hermosa copla. 



Felito detenía al mundo cuando cantaba esta canción. La tarde abría paso a un cielo naranja y la noche nos entregaba estrellas que titilaban eternamente.


Ahí tienes, abuelo.
Espero que las escuches. 

sábado, 15 de junio de 2013

Papá


Rodrigo y Papá

UNO
Ahora que papá se aproxima a los cincuenta y que yo me acomodo mejor a la mitad de mis veinte, siento que nos estamos acercando. No en el sentido de la comunicación porque, con la distancia y la falta de tiempo, hablamos muy poco y siempre sobre cosas muy generales. Tampoco es que lo quiera más que antes o que se haya vuelto mi amigo-confidente. Me refiero a que estoy dándole el alcance: ya no soy un niño y papá está muy lejos todavía de ser un anciano.

DOS
Mi viejo es un gordo genial, una mezcla entre Homero Simpson, Pedro Picapiedra y Jack Arnold, el papá de Kevin en Los años maravillosos. Claro que no es sólo eso.

TRES
Desde pequeño entendí que papá era un hombre respetable. No tenía que vestirse con tal o cual cosa para que así fuera, no tenía que decir hijo o amigo de quién era para que lo escucharan. A lo largo de estos años he visto a decenas de personas que escudan sus pocos atributos intelectuales o su ausencia de personalidad en el cargo que ostentan. Papá, en cambio, se hizo a punta de talento y de trabajo. Los cargos son eso, cargos. Aparecen debajo del nombre en las tarjetas de presentación. En letras más chiquitas.

CUATRO.
El otro día pude ver en la televisión que un hombre se había sacado la lotería. Algo de doce millones de soles. Me quedé pensando en eso, en qué haría yo con tanto dinero. Y, quizá porque esta idea de que papá es un hombre joven me está dando vueltas hace rato, pensé en él. Si yo tuviera dinero, mucho dinero, lo primero que haría sería embarcar a papá rumbo a Italia. Que conozca cada detalle de la cultura romana (civilización de la cual vive fascinado). Que pase un buen tiempo contemplando. Que se olvide de los plazos injustos, del olvido, de que el cuerpo ya no es el mismo. Que comience de nuevo.

CINCO.
La otra tarde volví a releer “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera, y medité, por bastante rato, el injusto soplo del tiempo. De pronto, me asusté. Papá es bastante descuidado con su salud. Además, no visita a un médico hace años. ¿Y si le pasa algo?

SEIS.
Cuando papá decidió matricularme en la escuela, no pensó en que quizá le podía pasar algo y todo su esfuerzo sería inútil. Como tampoco me negó el cariño, la dedicación, el amor. ¿Quién soy yo para negarle mi esperanza? No nos pasará nada, viejo, hasta que me veas titulado, hasta que te eches a dormir con tus nietos al terminar la tarde, hasta que pueda publicar algo que merezca llevar tu nombre en la dedicatoria. No nos pasará nada hasta que me canse de recibir postales de Roma -nada de correos electrónicos, por favor- en las que nos cuentes lo feliz que es la vida.



Lo feliz que será la vida, papá.

lunes, 10 de junio de 2013

La selección y yo


Me siento Perú cada vez que ando por las calles, cuando defiendo a este extraño país de los malos pensamientos de aquellos que mencionan por nacer aquí están jodidos.

Me siento Perú cuando juega mi selección, aquella que nos ilusiona cada vez que sale al verde, provocando que todos nos convirtamos en una licuadora de emociones.

No hay un día en el que nos sintamos más peruanos que cuando juega Perú, cuando 11 representantes de todo un pueblo salen a llenarnos de esperanza, cuando las calles se quedan vacías, cuando todos los ojos están puestos en ellos y en su vatuario rojiblanco.

Me siento Perú cuando metemos un gol, cuando ganamos un partido, cuando no tenemos con qué triunfar, pero nos resistimos a perder, cuando todas las voces se hacen una sola. Cuando el país en pleno grita: ¡Goooool!.

Hemos pasado más de treinta años  con nuestra selección entregada a un síndrome de ausencia en las copas del mundo. Aun así, creo en mi selección. Y soy consciente que cada intento por un boleto mundialista era una promesa de amor eterno que terminaba con el corazón roto.

Sin embargo, como en el terreno de los amores imperfectos, nadie puede quitarnos el derecho de ilusionarnos de nuevo. Hace tres décadas no nacía y no tuve la oportunidad de vivir un mundial. Hoy existo y tengo esa chance. Hoy he vuelto a creer en los héroes. Solo me falta el Mundial. Tan solo faltas tú, Perú.





miércoles, 22 de mayo de 2013

Nunca olvides la historia


Hace 20 años, mis padres intercambiaban historias con mis tíos y abuelos en la sala de nuestra casa para sobrellevar los apagones producto de la voladura de torres de alta tensión originado por un grupo terrorista. Aquella época, mis familiares, vivieron una de las noches más oscuras que hayan conocido: un almacén de Sedapal, ubicado a pocos metros de mi hogar, estalló destruyendo todas las ventanas de las casas colindantes a dicho lugar.  Y, hace dos décadas, mis padres lloraban extasiados de felicidad al ver, a través de la televisión, a un hombre de barba larga, anteojos oscuros y vestido con un traje a rayas, dentro de un celda, como despotricaba palabras al vacío. Lo sabían, un grupo de policías, denominado el GEIN (Grupo Especial de Inteligencia), habían capturado al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, poniendo fin a la era de terror más sanguinaria que sufrió nuestro país.

Sin embargo, como la historia suele tener artilugios extraños, hace apenas algunos años surgió el Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), una organización que pretende alcanzar objetivos políticos, a través del llamado “pensamiento Gonzalo”, para crear las condiciones y reiniciar la lucha armada. Esta agrupación es solo una fachada de Sendero Luminoso cuya misión es lograr la excarcelación de todos los presos por terrorismo con el propósito de llegar al poder mediante la “guerra popular” y, de esa manera, reactivar la violencia en el país.

Así es, dicha agrupación, que –según la Dirección Contra el Terrorismo– contaría en la actualidad con 2 mil 500 militantes repartidos en todo el país, buscan la amnistía para quienes consideran sus “presos políticos”. Para ellos, los crímenes que cometió SL fue parte de la “guerra interna “que sufrió el Perú  y no terrorismo. Infausto pensamiento. Aseguran que sólo buscan la pacificación de nuestra nación. Un perdón para todo aquel que mató, asesinó o torturó por un ideal; es decir, indulgencia para quienes transgredieron los Derechos Humanos.
Lo trágico, es que jóvenes se hayan sumado a esta corriente que enarbola la violencia como un principio ideológico.  Fair Quesada, estudiante de economía de la Universidad del Callao e integrante del Movadef, aseguró a la prensa que todos los jóvenes del movimiento coinciden que “Abimael Guzmán es un preso político y no un terrorista”. ¿De dónde salen aquellos universitarios que suman las filas de dicha organización? ¿Por qué defienden una ideología que reivindica el terror? ¿Cómo pueden ignorar lo que nuestros padres padecieron?

La respuesta no es tan compleja: olvidamos nuestra historia. Sí, la ignoramos. Quizá esa fragilidad en la memoria de nosotros, los jóvenes, ha permitido que grupos fachada de Sendero Luminoso como Movadef pretendan inscribirse como partido político, luego del daño que hicieron al país durante la ola de sangre que provocaron. Al parecer, sufrimos de una enfermedad nacional que es nuestra falta de memoria: el olvido de todo lo erróneo, dañino, infausto y aberrante. Es decir, nuestra endémica amnesia que todo lo cubre con un tupido velo, hasta que pueda repetirlo. Aprovechando ese olvido, dicha organización “política” desea implantar nuevamente ideas trasnochadas que sólo traerán sufrimiento y tristeza.

Está en nuestras manos rechazar contundentemente todo tipo de pensamiento que celebre la violencia y el terror. Y eso es lo que hace Movadef, justifica y exalta abiertamente los crímenes de Sendero Luminoso. Nos toca, a los jóvenes,  a través del debate de ideas, condenar todo acto prosenderista que pretenda –nuevamente – instaurar la oscuridad en nuestro país. 
 
No queremos violencia. No queremos sufrimiento. Lo que queremos es un Perú en paz.  No regresar a aquella época oscura en la que tuvieron que vivir nuestros padres. Hace algunos días, el periodista Cesar Hildebrandt escribió: “El Movadef no quiere la amnistía. Quiere la amnesia. Necesita de tu memoria vacía”. Por ello, nunca olvides la historia.

sábado, 11 de mayo de 2013

Mamacitas


Más allá de lo edulcoradas que se han vuelto las celebraciones como el Día de la Madre, sí creo que es una buena oportunidad para decirles a nuestras mamás cuánto las admiramos. Lo peor que podemos hacer como hijos es dar por sentado que, porque ya lo saben, no necesitan escucharlo. Así que, con el permiso de todos ustedes, ahí va mi homenaje a cuatro mujeres a las que les debo mucho más que la vida. Mi abuela Rosa me contaba que vivía –muy feliz– en inmensos jardines y dentro de una gran familia, allá, en su Cutervo natal. Pero necesitaba llegar a la terrible capital para alimentar a sus hijos, y así fue. No lloró, no derramó ni una lagrimita. Eso sí, estaba asustada. Tenía varios niños que cuidar (siete hijos) pero, ante todo, abrigaba la convicción de que saldría adelante rompiéndose el alma trabajando. Rosita me cuenta que fue la virgencita quien se le apareció en sueños y le anunció que su futuro estaba en Lima. De ella, espero haber heredado el espíritu combativo y su infinita capacidad para hacer siempre lo correcto. Mamá Gladys, para ella, la vida nunca ha sido un jardín de rosas, sino más bien una batalla constante para ser feliz y, sobre todo, para mantener unida  a toda su familia. Por ella, sé que en los momentos más difíciles de la vida, es la familia la que siempre estará ahí para sostenernos. Mamá Martha, es la mujer con mayor sentido del humor que conozca.  Jamás pierde los papeles. Parece haber llegado al mundo con el don de la alegría a cuestas. Gracias a ella, aprendí a enfrentar cualquier obstáculo siempre con una sonrisa. A mi madre, en cambio, sueño con robarle el optimismo y su inmensa capacidad para levantarse casi de cualquier adversidad. Lo suyo es una vocación infinita por hacer feliz a su gente, por hacerles la vida más fácil a aquellos a quienes ama. Recuerdo que, en momentos complicados de su vida, cuando mis hermanos y yo éramos niños, no dudaba en secarse rápido las lágrimas y pasar la página de cualquier dramón para sentarse y mostrarnos una hermosa sonrisa. Chachita no solo conserva una cintura que ya quisiera una quinceañera para un día de fiesta. Sigue siendo dueña de ese espíritu naif que la conecta magistralmente con el mundo.

jueves, 2 de mayo de 2013

¿Qué es cultura?



Hace algunos días, en aquellas interminables conversaciones sobre cualquier tema, un amigo me preguntó que significaba para mi cultura. Lejos de los conceptos científicos y dogmáticos de dicha palabra, intenté darle un sentido personal a mi respuesta. ¿Qué es cultura?

La verdad, yo no estoy seguro aún cuál puede ser el concepto estático y definitivo de aquella lo que consideraría, parafraseando a Antonio Cisneros, como una inmensa pregunta celeste. Y no estoy seguro porque para hablar de cultura, uno debe empezar a mirar el mundo en su totalidad. En su amplitud.

Mirar el mundo con estos ojos es encontrar y descubrir en cada detalle, en cada golpe inédito, en cada emprendimiento creativo una explicación, un pedazo de lo que podría llamarse cultura.

La cultura, para mí, entonces, significa todo aquello que ha permitido que yo, y ustedes también, puedan descubrirse como seres valiosos, como sujetos capaces de encontrar una forma de aprender y enseñar.

La cultura, para mí, significa a veces tomar un avión (o un bus) e irme lejos, muy lejos, allá en la Sierra, y buscar un pueblito que me conduzca por caminos serpenteantes. Allí, mirar el cielo y ver las estrellas, estrellas que mis antepasados, aquellos que ocuparon la tierra cientos, miles de años atrás, nombraron como protectores.

La cultura, en ese sentido, es escuchar, con emoción sincera, el corazón oprimiéndote el pecho, la piel erizada, las historias sobre tu origen, sobre tu contexto, sobre tu tiempo narradas por tu abuela, con un estilo realista-mágico.

La cultura, claro, es emocionarte aún por todas las canciones que escuchas en el micro y forman parte de una suerte de banda sonora permanente de tu vida. Son las películas que descubres, fascinado, por primera vez en una sala de cine.    

Significa tomar por primera vez un libro y maravillarte por sus historias, por querer alguna vez escribir así. Es creer que Dante Alighieri y Alejandro Dumas podrían ser tus amigos. Es descubrir por qué alguien como Mario Vargas Llosa puede ser admirable, más allá de cuantas veces lo mires en televisión.

La cultura, para mí, claro está, significa respeto. Respeto e interacción con aquellos conocimientos ajenos. Es conservación y comprensión. Es democracia. No es menospreciar las opiniones de los demás, no es excluir.

Todos hacemos cultura. Todos somos creativos. Y para la cultura,  un creador que confía en su creatividad y la defiende, la promueve, a veces de modo solitario y con teca esperanza, es nada más y nada menos que un pionero.  

viernes, 26 de abril de 2013

Me habías choleado tanto



Mucho marca Perú, mucha inclusión social, mucha reconciliación. Como decía Silvana Di Lorenzo: palabras, palabras, palabras. En la vida real, Lima sigue siendo una ciudad vergonzosamente racista, en la que las discotecas y restaurantes “se reservan el derecho de admisión”, y en los supermercados señoras creen ser superiores a los demás, sólo por su condición de capitalina.

Estaba en la fila, en un conocido supermercado de la ciudad, esperando mi turno para que la cajera pueda atenderme y lograr comer algo de lo que estaba adquiriendo. Como suele suceder conmigo, miraba a un lado y el otro, observando a las personas sin alguna determinación concreta. En ese intervalo, miré a una señora, que estoy seguro llevaba pocos días en Lima, que se acercaba a la cajera que estaba al frente mío. Sin embargo, no se percató, soy claro testigo, que había una persona delante de ella.   

De pronto, un estruendoso grito silenció todo el lugar. “¡Señora, no se da cuenta que yo estoy primero! Ustedes los serranos cuando vienen a Lima creen ser vivos, ¿no?” Esta última frase me dejó consternado, casi sin aliento. ¿Cómo era posible que se expresara de esa forma? ¿No existe un sentido de igualdad en su razón?

Me acerqué aquella mujer, de presencia indeseable, que había dicho esas penosas frases contra una señora que sólo se había confundido al tomar su lugar. “Señora, debería disculparse por expresarse de esa manera. No es correcto”, le mencioné. Para mi sorpresa, subió el volumen de su voz y empezó el ataque hacia mí. “¿Quién te crees tú, desubicado? Mira, tú no vas a darme clases de modales”.

No había duda, el fantasma del racismo y la discriminación se encontraba en ese lugar. Esa abyecta presencia que origina en las personas un extraño modo de pensar. Que tiene como regla fundamental "cholear" a los demás sin importar quien sea.

¿Qué se hace en estos casos? La discriminación en el Perú es delito. ¿Multarán a esta señora? No. Quizá continuará ofendiendo a aquellos que probablemente ni siquiera pueden protestar, porque nadie los escucha y, algún día,  hartos de tanta humillación, escuchen los cantos de sirena de algún Abimael Guzmán y decidan tirarse abajo cuanto establecimiento o centro comercial deseen.

¿No recuerdan, acaso, que el caldo de cultivo para Sendero Luminoso o el MRTA, fue justamente ese odio fraticida que fue creciendo entre peruanos que no se reconocen como compatriotas? Lima está más cerca de Miami o de Madrid que de cualquier pueblo de la sierra o de la selva. ¿Cuál es el pretexto? ¿Qué no entendemos el quechua, el aymara o la lengua shipiba?

Algo debemos hacer para terminar con este tipo de actitudes que no nos hace una ciudad más “nice”, como creen algunos, sino, por el contrario, nos convierte en un lugar atrasado, lleno de gente ignorante y prejuiciosa que no es capaz de respetar a otro ser humano, sólo por el hecho de no ser igual que él.

domingo, 21 de abril de 2013

La cultura del burlarse de los demás

Personalmente no me sumo al cargamontón, o mejor dicho bullyng, contra los concursantes de estos realities que se transmiten por las tardes y que tienen tanta acogida entre los jóvenes del país.

No saber quien escribió Un mundo para Julius o ignorar lo que es un archipiélago son faltan menores. Es lamentable, pero no me parece que sea algo que determine el nivel cultural de una persona.

Si la preocupación de este drama se enlaza con la idea de que aquella persona que más datos ha acumulado es la más culta, entonces el genio del futuro sería un loro vestido de gala.

“El Perú no para. Antes de dormir orgía cultural en combate”, expresó el periodista Beto Ortiz en su Facebook, refiriéndose a la concursante de dicho programa televisivo, Alejandra Baigorria, quien afirmó, ante una pregunta, que Paulo Coehlo escribió Yawar Fiesta.


He aquí algunas preguntas para las personas que, durante varios días, se quejaron, por las redes sociales, del espectáculo dado por los chicos de Combate y Esto es guerra, o compartieron las notas escritas por otros, porque “reflejan a la perfección su opinión, posición y pensamiento”. Jaja.

Las preguntas son: ¿qué ganas quejándote? Si te preocupa tanto la cultura en nuestro país, ¿por qué mejor no te sientas y lees un libro con tu hijo? ¿Sabes qué les enseñan en la escuela?

Apagar la radio, prenderle fuego al televisor, no comprar diarios. Aprender el Baldor, el Atlas, El Coquito y el Manuel del Pendejo. ¡NO! Ejercita un sentido crítico y cuestiona: La cultura no debería ser una tabla de contenidos, dispuesta a que la memoricemos.   








martes, 16 de abril de 2013

César Vallejo vive en ti



No fue un jueves con aguacero. Fue en París, sí, pero el viernes 15 de abril, y solo lloviznaba. Hace 75 años, falleció uno de los grandes escritores que ha dado nuestro país a la literatura universal, César Vallejo.

Leí por primera vez al poeta de Santiago de Chuco a los diez años. Cuando ingresé a la habitación de mi madre y pude observar sobre su mesa de noche un libro que llevaba el título de Poemas Humanos. En la portada, un hombre con la mano en el mentón y  su mirada fija  sobre algún determinado punto.

Cogí el libro, busqué desesperadamente a mi madre por toda la casa. Tenía muchas preguntas. ¿Por qué coleccionaba obras de aquel señor de mirada afligida? ¿Qué era lo que escribía? ¿Cuánto tiempo llevaba de leerlo?

Encontré a mamá echada sobre uno de los muebles de la sala. Bastaron solo unas palabras para entender lo que ella sentía por él. “Este señor es Vallejo, y es el único que, a través de la letras, puede descifrar el sufrimiento y la alegría del ser humano”.

A partir de ese momento, conocí a César Vallejo, el universal, el triste, el pesimista, incomprendido, vanguardista, innovador, trasgresor del lenguaje, bohemio, profesor, periodista, misterioso, andino, burlón, aprista, comunista, etc.

Pero no todos entienden a César Abraham como mi madre y yo, lo podemos entender. Un columnista del diario El Comercio, dejando entrever que le parecía un poco demasiado tristón, señaló que el poeta “había influido de manera negativa en el inconsciente colectivo de los peruanos”. ¡Bah!

Tengo dos argumentos que rebatirán a los que –en la intensidad– creen ver pena:

Vallejo no es triste, es tierno: Y quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha, remedar a los niños y a los genios.

Vallejo no es triste, es dulce: Miguel, tú te escondiste una noche de agosto al alborear. Pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma.

Por ello, escribí este post. Porque al brindarle homenaje a César Vallejo; también rindo tributo a mi madre. A sus convicciones, ideologías y sueños. Y, por qué no,  a sus miedos y frustraciones. A sus épocas de escritora sentada al borde del Malecón. A su pasión por enseñar y aprender todos los días. Y, sobre todo, a su faceta de madre que tiene respuesta para todo.

Así es, mamá. Vallejo vive en ti, y tú lo haces inmortal. ¿Y sabes cuándo comenzaremos a vernos con los demás, desayunados todos, al borde una mañana eterna? Un lunes, Chachita. Un lunes cualquiera.

martes, 9 de abril de 2013

Ciudad de extraños corazones


Odio que la gente suba al bus a contar sus penas. Odio a los que van al lado de la ventana y jamás, ni en el peor día de verano, se les ocurre abrirla. Odio a los que te empujan para sentarse, antes que tú, en el asiento que acaba de quedar libre, y que tú habías estado vigilando respetuosa y pacientemente. Odio a los que hablan gritando, tanto como a los que llevan su música consigo, y asumen que a todos nos encantaría escucharla, así que le ponen altavoz a su celular para cumplir nuestro sueño.

Odio a los que silban y gritan cochinadas a las chicas. Odio esa costumbre abyecta, malsana que tienen los hombres de voltear a mirar el trasero de una mujer. Silbar, susurrar o gritar a una chica, es terrible. Y además para qué. Jamás he visto que una mujer voltee a pedir el número de un tipo inmediatamente después de que este le haya gritado las más retorcidas palabras que existan.

Odio a los que tienen la necesidad de emitir una opinión sobre algo, aunque uno jamás les haya preguntado (por ejemplo: «Ah, te cortaste el pelo… te queda mal, ¿sabes?»). Odio también a los que empiezan un comentario cualquiera con la frase «me vas a perdonar, eh… pero tú sabes que yo siempre digo la verdad».

Me molestan las muletillas, pero —y aunque esto revele sobre mí, más de lo que quisiera— las que me revientan son las muletillas con aires a superioridad. Y ahora, hablando de cosas del lenguaje, odio a los espíritus correctores de estilo y de dicción. Sobre todo, los odio porque —generalmente— se trata de gente que mal aprendió tres o cuatro reglas y se pasa señalando las faltas ajenas y olvidando las propias (que nunca son pocas, claro).

Odio a los que insultan a Justin Bieber y a cualquier otro artista al que consideren sobrevalorado, vacío e intrascendente. De esos hay cuchumil en Facebook. Me jode que caigan siempre en la estupidez de validar a su artista favorito (The Beatles, supongamos) ninguneando a los demás. O sea: The Beatles son chéveres porque son mejores que Justin Bieber. Punto. ¿Ah, sí? Mira tú. O sea que si me preguntan por qué me gusta Janis Joplin, yo no debo pensar mucho para responder que me gusta porque es mejor que Selena Gomez, ¿no?

Odio a los que no respetan su turno (o, en todo caso, el de los demás). Me ha pasado mil veces que llego a una bodega y el tendero está atendiendo a otra persona. Entonces, espero mi turno. El asunto va bien hasta que, de no sé dónde, aparece alguien y empieza a hacer sus pedidos, como si hubiera llegado primero.

Odio a los que se alucinan. Muy ricos (por sexis o por adinerados) o muy inteligentes o muy hábiles o muy talentosos (o muy importantes o muy perseguidos). A los que se alucinan, digo. Los que verdaderamente lo son no están alucinando. Cuando alguien se refiere a sí mismo (y casi siempre en plural) como «nosotros los artistas», me caigo del asombro. Me siento entre vedettes y cómicos ambulantes.

Pero suelo soportar cristianamente todas las costumbres anteriores, al igual que otras que ya no menciono porque la lista se va haciendo muy larga. Las dos que sí odio con todo mi corazón deberían ser penadas con trabajos forzados o, incluso, con días de cárcel efectiva. Joder en el cine es la primera. Es insoportable: ringtones, conversaciones, risas estruendosas. Niños. A ver, nadie se mete con los métodos de crianza que los padres aplican en sus hijos. Si el niño, en casa, come lo que le da la gana, a la hora que le da la gana y si le da la gana, genial. Quiero pensar que eso forma parte de un plan educativo que mamá y papá están llevando a cabo. Pero el cine es otra cosa: la gente no va a apreciar tus métodos de enseñanza sino a ver una película.

La segunda es arruinarle la historia a un tercero. Ten cuidado. Hay gente que se regocija contando las carnecitas y los finales de libros y películas. A veces, es cierto, no hay mala intención, pero igual está mal. Uno puede disculparse con un amigo por hacer, por ejemplo, una broma sobre la ceguera (olvidando o ignorando que la mamá del amigo está ciega). Con  el tiempo, él habrá borrado el asunto de su memoria. Pero cuando cuentas algo sobre una película o un libro, el daño ya está hecho, no hay marcha atrás. No obstante, con estos últimos, los descuidados, podemos ser benevolentes: vamos, todos hemos metido la pata alguna vez. Pero hay que estar mal de la cabeza, hay que arrastrar un trauma de infancia para quitarles a los demás la posibilidad de descubrir, por sí mismos, las novedades de una historia.

jueves, 28 de marzo de 2013

Un servicio no es obligatorio


Esta semana el tema del regreso del servicio militar obligatorio ha tenido a todo el mundo discutiendo sobre si debería reinstaurarse o no. Entre mis amigos debatíamos si la medida era correcta o simplemente un  atropello a la libertad de un individuo.

“Está bien,  caracho. Así, los chibolos que no tienen nada que  hacer, que están en pandillas o robando en algún puente, podrían hacer algo útil por sus vidas”, expresó un buen amigo dentro de las interminables conversaciones que tenemos sobre lo que está bien o no, en nuestro país.

¡No, pues! Quienes creen que un servicio militar obligatorio acabará con los jóvenes descarriados y pandilleros se equivocan de cabo a rabo. Este servicio no puede ser considerado ni entendido como un reformatorio ni suplir las grandes deficiencias y la falta de oportunidades que los muchachos, sin recursos económicos, tienen en nuestro país. Eso es tomar el ‘rábano por las hojas’ y no ir al problema de fondo.

Es por ello, que esta disposición es abusiva. Discrimina, de una manera absurda, contra los que menos tienen. La multa por no presentarse es de S/.1.850.  Está claro que este decreto está creado básicamente para que las personas que cuentes con los recursos económicos puedan evitarla. Así, queda en evidencia que sectores socioeconómicos buscará reclutas el Gobierno.

Es decir, un chico que pasa normalmente sus fines de semana en “eisha” o cualquier discoteca del sur de Lima, podrá burlarse, una y otra vez, de esta cantidad de dinero, y evitará, silbando al aire, de un lado a otro, reclutarse en el Ejercito. En cambio, un joven que trabaja y se paga una academia pre-universitaria, tendrá que despedirse de sus padres y hermanos y asistir a este absurdo obligado.

Entonces, la próxima vez que opines, a viva voz, que el servicio militar debería ser obligatorio. Pues, coge una mochila, mete toda la ropa que puedas y enlístate, obligatoriamente, al Ejercito. Luego, has lo mismo con tus hijos, tus familiares y amigos. Si es así, aunque tu posición me parezca equivocada, la tomaré como coherente. Si no, de qué estamos hablando.

domingo, 24 de marzo de 2013

A medio andar



"A medio andar, quedó
tendido; la mitad del camino
 consumió sus deseos, sus
 ansias y sus anhelos de
 expresar con firmeza los
nobles sentimientos que
 consigo llevaba".
                                                                                           Pabediz

Al tomar el bus por las mañanas puedo distinguir que todo va más rápido que yo.  Las personas que van más a prisa tiene un semblante distinto: el rostro magullado y rojizo, la mirada fija hacia un determinado punto  y una respiración a ritmo frenético. Concentrados en llegar, cuanto antes, a su destino, me echan una mirada desdeñosa cuando me adelantan a toda prisa.

También hay los que corren lentamente, forzado por algo que no está bajo su control. No pueden ir más rápido, ya sea por la edad, por alguna enfermedad, o por estar embarazadas. Sus ojos, casi afligidos, los delata.    

Y otros que van a medio andar, porque han encontrado su ritmo. Saben que no se trata de quién llega más rápido a alguna meta imaginaria, sino que lo importante es disfrutar del trayecto y no parar. Todo lo demás,  la falta de tiempo y que debemos adaptarnos a este mundo ya acelerado, son proyecciones de miedo, creencias e intereses subjetivos y casi siempre egoístas.

Por ello, surge “A medio andar”, porque creemos que la ruta se transita mejor despacio. Observando, poco a poco, la perspectiva que existe alrededor de uno. Y, a través de ese punto de vista, relatar historias que nos pueden suceder durante un día normal.