Me siento
Perú cada vez que ando por las calles, cuando defiendo a este extraño país de
los malos pensamientos de aquellos que mencionan por nacer aquí están jodidos.
Me siento
Perú cuando juega mi selección, aquella que nos ilusiona cada vez que sale al
verde, provocando que todos nos convirtamos en una licuadora de emociones.
No hay un
día en el que nos sintamos más peruanos que cuando juega Perú, cuando 11
representantes de todo un pueblo salen a llenarnos de esperanza, cuando las
calles se quedan vacías, cuando todos los ojos están puestos en ellos y en su
vatuario rojiblanco.
Me siento
Perú cuando metemos un gol, cuando ganamos un partido, cuando no tenemos con qué
triunfar, pero nos resistimos a perder, cuando todas las voces se hacen una
sola. Cuando el país en pleno grita: ¡Goooool!.
Hemos
pasado más de treinta años con nuestra
selección entregada a un síndrome de ausencia en las copas del mundo. Aun así,
creo en mi selección. Y soy consciente que cada intento por un boleto mundialista
era una promesa de amor eterno que terminaba con el corazón roto.
Sin
embargo, como en el terreno de los amores imperfectos, nadie puede quitarnos el
derecho de ilusionarnos de nuevo. Hace tres décadas no nacía y no tuve la
oportunidad de vivir un mundial. Hoy existo y tengo esa chance. Hoy he vuelto a
creer en los héroes. Solo me falta el Mundial. Tan solo faltas tú, Perú.
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